La inteligencia emocional, es clave para el desempeño profesional hasta el punto de que el influye en un 80% en el éxito o fracaso en la consecución de nuestros objetivos.
Ahora bien, el primer paso para un correcto desarrollo de la inteligencia emocional es el autoconocimiento, es decir, ser capaces de identificar cuáles son nuestras respuestas ante distintas situaciones y el porqué de las mismas como trampolín para poner en marcha técnicas que nos permitan controlar nuestra conducta. Como dice un proverbio africano, “cuando no hay enemigo en nuestro interior, los enemigos exteriores no pueden hacernos daño”.
En la práctica, existen diferentes ejercicios para vencer al saboteador que llevamos dentro y mejorar el desarrollo de la inteligencia emocional a nivel laboral:
- Los tres porqués. Una técnica que nos ayudará a tomar las decisiones correctas es preguntarnos, ante una determinada situación, por qué optamos por una determinada conducta y, sobre su respuesta, volver a formular la misma pregunta dos veces más. Si obtenemos tres buenas razones y argumentos, garantizaremos que estamos haciendo lo correcto.
- Etiquetar las emociones. Trasladar a palabras nuestros sentimientos provoca un efecto terapéutico en las personas, así que en lugar de ocultar las emociones o agruparlas en un par de estados de ánimos, debemos intentar identificar realmente qué es lo que sentimos.
- Controlar las conductas explosivas. Una persona que responde de forma visceral es un claro ejemplo de su escasa inteligencia emocional, pues ha sido incapaz de analizar su reacción de forma racional y objetiva y se ha dejado llevar por su temperamento, dándole la victoria a su enemigo interior.
- Asumir las debilidades. Todos tenemos defectos; la diferencia entre un profesional con suficiente desarrollo de su inteligencia emocional y otro que no ha alcanzado este punto reside en que el primero es consciente de ellos, lo que le permite interactuar con el resto de colaboradores de la empresa desde una posición más honesta y empática.
- Aceptar los fracasos. Algunos profesionales demuestran una negativa autoexigencia llevada al límite, donde cualquier pequeño fallo es motivo para castigarse, mientras los logros pasan desapercibidos. Al final, esta conducta genera estrés e insatisfacción, pues el trabajador nunca está conforme con sus resultados. Lo más inteligente a nivel emocional es poner el foco en los aciertos y éxitos para seguir avanzando, entendiendo los errores solo como experiencia para mejorar.
- Pedir críticas constructivas. Los comentarios de terceros con un fin constructivo, y siempre que empleemos una escucha activa durante el feedback, nos pueden ayudar a mejorar nuestro conocimiento de nosotros mismos. Quizá ese colaborador con el que trabajamos codo con codo nos haga ver fallos que nos pasan desapercibidos.
- Meditar. Se trata, en definitiva, de reflexionar sobre por qué hacemos lo que hacemos; de convertirnos en dueños de nuestras propias emociones, conduciendo nuestras respuestas y decisiones hacia dónde queremos de una forma consciente.
Mejorar la forma de relacionarse
Todo ello se ve combinado con la importancia de ser más empáticos, de sacar partido a la asertividad y de exteriorizar los sentimientos. Al demostrar una mayor empatía los distintos compañeros se encontrarán a un nivel similar entre ellos, entendiendo lo que les ocurre en todo momento. Para ello es imprescindible transmitir la importancia de que al producirse un problema las distintas personas implicadas se lleguen a ver en los dos lados de lo que está ocurriendo. Así se pueden evitar multitud de situaciones indeseadas.
Ser transparentes para comunicar es imperativo. Cuanto más se exterioricen los sentimientos y la forma de pensar mejores resultados se conseguirán en las conversaciones e interacciones entre compañeros. No debe haber miedo en exteriorizar los distintos sentimientos, puesto que su comprensión ayudará a que se formen mejores relaciones entre los aliados dentro de un equipo. Todo lleva a que de una manera constante se produzca un sentimiento de conexión entre las distintas personas que forman el equipo. Un mayor conocimiento del entorno, de las emociones tanto del individuo como de quienes le rodean, puede producir una mejora sensible en el rendimiento del equipo.
De forma relacionada hay que transmitir una sensación solidaria con quienes lo necesiten, saber adoptar un punto de vista neutral cuando la situación lo demande y mantener por todos los medios la armonía dentro del equipo. La fórmula de aplicar la inteligencia emocional en el equipo es infalible y funciona, pero conviene tratarla con detalle y cuidado.
Comenzar desde el principio
Las emociones nunca se deben dejar de lado. Existe una gran diferencia entre saber conectar con las emociones que pasan por el interior de las personas y entre dejarse llevar por ellas. Esto último se debe evitar por todos los medios posibles, puesto que no suele derivar en una toma de decisiones adecuada. Pero en contraposición a esto, sí es importante que se administren las emociones con la intención no solo de entenderlas, sino de aplicarlas de una forma efectiva en el trato con los compañeros y en la toma de decisiones. El saber dirigir las emociones hacia el conocimiento de lo que pasa por la cabeza de los miembros del equipo y en crear una conexión con ellos para que siempre se sepa cuáles pueden ser los problemas que se sufren, ayuda a que el entorno del equipo mejore de manera significativa.
El conectar con las emociones también supone estar más cerca de las personas que rodean el ambiente del equipo y saber lo que ellas sienten para poder aplicarlo a crear una mejor dinámica en el grupo. A todo esto se puede llegar de manera eficiente gracias a la elaboración de unos procesos cuidados de comunicación. Cuando los miembros de un equipo se comunican de forma eficiente es fácil ver cómo los resultados positivos terminan llegando antes o después de una manera fluida. Hasta las situaciones más complicadas se pueden solucionar por medio de la comunicación, por lo que se trata de un factor que siempre hay que reforzar en la medida de lo posible.
A través de un buen proceso de comunicación los miembros del equipo pueden llegar a conectar de una forma más eficiente. Cada vez que se inicie una comunicación hay que asegurarse de que se está escuchando a la persona que habla, lo que lleva a que se proporcione una atención de tipo dinámico. De esta manera las personas que hablan tienen constancia de que les están escuchando y dando todo el apoyo necesario.
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